jueves, 2 de agosto de 2012

DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA

Leí la reflexión del economista Juan Lara publicada en el periódico El Nuevo Día de Puerto Rico el 22 de julio sobre el denominado europesimismo y me tocó muy de cerca, porque mucho de ello vi en mi reciente (junio) viaje a España. Hablé con muchas personas de diversas profesiones, oficios y condiciones económicas y la mayoría proyectaban ese sentimiento que Lara describió: desesperanza, frustración, pesimismo sobre la solución de la crisis y lo que ella dejará. Ninguno expresó confianza por lo que al actual gobierno de Rajoy está haciendo y puede hacer.

Pero hablo de mayoría, no todos, porque a la misma vez encontré voces que daban un matiz diferente a sus análisis de la dura realidad que están viviendo. Esas voces eran de empresarios o individuos con vocación empresarial que no se han sentado a lamentarse, sino que se han puesto a buscar soluciones que les permita aprovechar las oportunidades que la crisis brinda (si, porque una crisis brinda oportunidades aunque muchos incrédulos no lo reconozcan), explorando alternativas de sobrevivencia, crecimiento y expansión, nunca antes tomadas en cuenta.
Y es que una crisis económica tiene la virtud de sacar a flote la posición de los seres humanos ante la vida, al identificar a los pesimistas y a los optimistas, a los que se paralizan ante el menor asomo de dificultades y a los que se les despierta la creatividad y están dispuesto a reinventarse, dejando atrás esa zona de confort bajo la cual estuvieron viviendo durante un largo tiempo.

Precisamente, una gran dosis de la solución de una crisis radica en la fuerza humana, en la actitud de esa fuerza ante la realidad adversa.

Lara planteaba con optimismo que en el futuro no muy lejano, las economías europeas se recuperarán “porque tienen una capacidad productiva real que no será destruida por la crisis”. Y sin dudas una capacidad productiva como la de Europa ayuda sobremanera a remontar cualquier crisis, pero esa misma capacidad en manos de una población pesimista y paralizada, incapaz de reconocer su talento y potencialidades se vuelve chatarra. A la misma vez que una economía sin las bondades económicas ya aludidas, pero con un recurso humano y unos líderes dispuestos a trabajar y a remontar adversidades, puede mover montañas. El Japón de la postguerra es un buen ejemplo de ello.

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