Una vez más el periódico El Nuevo Día dedica
sus páginas a tratar la situación del turismo en Puerto Rico y a juzgar por la
frecuencia con que lo hace puedo inferir que el diario le concede una importancia
al sector, importancia que realmente está bien ganada porque en un contexto
donde algunos sectores virtualmente han desaparecido, como la agricultura y
otros languidecen como la manufactura, el turismo se ha mantenido, contra
viento y marea, aportando su granito de arena al empuje económico de la isla.
Pero es preocupante ver como ha perdido algo de
dinamismo desde mediados de los años 90 y no ha desplegado todo su potencial,
afectado por una serie de acontecimientos coyunturales (los mismos que han padecido
el resto de los destinos caribeños) y también aquejado por problemas
estructurales que impiden un mejor desempeño.
¿Cuáles son esos problema estructurales?.
El principal problema es de concepción: la poca
prioridad que se le ha dado al turismo en la política económica del territorio.
Históricamente, otros han sido los sectores que se les ha adjudicado el papel
de ser el motor impulsor del crecimiento y desarrollo y en este contexto al
turismo se le ha tratado como un sector más, lo cual contrasta con la jerarquía
asignada a la actividad en países como República Dominicana y Cuba.
Otro gran problema es
la extrema dependencia del turismo puertorriqueño del mercado norteamericano,
la cual se incrementó en la pasada década. Mientras que los turistas procedentes
de Estados Unidos representaron un 74.2% del total que arribaron a la isla en
el año fiscal 2000, dicho porcentaje se incrementó a 89% en el fiscal 2011. Si
tomamos en cuenta las estadísticas de los turistas hospedados en hoteles y
paradores la preponderancia del turista estadounidense se hace más evidente con
un 98% en el año 2011.
Una tercera deficiencia
es el elevado porcentaje de puertorriqueños residentes en el continente que
visitan la isla por motivos familiares, que según estimaciones de la Junta de
Planificación supera el 50% del total de turistas recibidos. El hecho en si
mismo no es negativo por el aporte económico que ese flujo de viajeros hace a
la isla, importe que se diluye en los circuitos de consumo existentes. El
problema radica en que los hoteles no pueden captar importantes tajadas de ese
gasto ya que alrededor del 60% de esos visitantes se hospedan en casas de
familiares y amigos y es una de las razones que explica la relativa baja
recaudación hotelera a pesar de que las cifras de turistas se ha mantenido por
encima de los 3 millones desde el año 1994.
Un
cuarto problema es la disparidad en la distruibución geográfica de los turistas,
con la zona Metropolitana concentrando el 60% de todos los visitantes que se
hospedan en hoteles y paradores. La alta tasa de concentración de turistas en
el área Metropolitana no está permitiendo que se explote, en función del
turismo internacional, las principales bellezas y atractivos naturales
diseminadas por toda la isla, que es una de sus principales fortalezas.
Otra deficiencia
estructural es la baja estadía promedio de un turista en Puerto Rico que
durante toda la década pasada se mantuvo en 2.6 días para aquellos registrados
en hoteles y paradores, cifra que es la más baja de todo el Caribe insular. Aunque
la Compañía de Turismo no ha podido determinar con claridad los factores que
inciden en ese promedio, hay elementos que permiten sugerir que el número de
turistas en tránsito para tomar cruceros en San Juan está afectando la
estadística. Sea cual fueren las razones hay que reconocer que el bajo promedio de días de estancia de los turistas hospedados en
hoteles y paradores demuestra que Puerto Rico todavía no ha desarrollado un
producto turístico que invite a una estancia más prolongada en la isla.
La complejidad de los
problemas estructurales del turismo en Puerto Rico exige enfocar los mismos
desde una perspectiva sistémica y no a través de medidas parciales, como puede
ser una mayor y mejor campaña de mercadeo. Es necesario ser agresivo en
mercadear el producto turístico en el exterior, en particular buscando
diversificar los mercados emisores, pero si ello no va de la mano con una
mejoría y desarrollo pleno de las potencialidades de ese producto lograremos
traer más turistas pero no a enamorarlos del destino que están visitando y con
ello perderíamos la principal herramienta de mercadeo que existe: la
experiencia positiva vivida por el propio turista.